¿Quién
pudo desear la muerte de un anciano agricultor en un pequeño pueblo perdido en
los confines de Castilla? ¿Y por qué?
Alrededor de ambas preguntas discurre la trama
de esta novela, donde la intriga va dejando paso a la sorpresa a medida que el
lector va conociendo la personalidad de Antón Garcés –el difunto–, y las
peculiares circunstancias que rodearon su vida.
Una familia rota, una investigación policial,
viejas historias del pasado y la naturaleza agreste del norte de Guadalajara,
componen el escenario que nos invita a reflexionar sobre nuestros afectos y
esas viejas deudas que nunca prescriben.
CÓMO COMPRARLO:
·
Puedes
pedirlo en cualquier librería.
A modo de presentación y como anticipo de todo lo que viene
después, aquí dejo algunos párrafos del primer capítulo.
UNO
Los espacios entre las tumbas estaban
invadidos ya por las malas hierbas a
pesar de que aún faltaban casi dos meses para la primavera, y en los
encharcados senderos apenas era posible
distinguir una huella humana, señal evidente del escaso número de visitas que
recibía aquel pequeño cementerio.
Situado
sobre una loma al final de un camino de arcilla bordeado de cipreses
centenarios, el camposanto parecía
mantenerse en pie porque el tiempo,
piadosamente, quizá se hubiera olvidado de él. La cerca de piedras de laja, la
cancela y el pequeño cuchitril donde se guardaban los aperos de enterrar, si tenían algún merito, era el
de no haberse derrumbado hacía ya mucho tiempo.
Visto
desde el pueblo, por ejemplo desde uno de los callejones que surgían detrás de
la ermita prerrománica que había en el
centro de la plaza, el cementerio
aparecía como un pequeño espacio acotado entre encinas, chaparros y algunas
extensiones de jara; todo ello salpicado de grandes pedruscos grises cubiertos
de líquenes.
El pensamiento de Isaías había entrado en una
especie de bucle hacía ya rato, de manera que no dejaba de recriminarse
por ir vestido de ciudad.
–No iba
a venir disfrazado de senderista, con
bastón plegable y botas de suela antideslizante – se
autojustificaba a pesar de lo incómodo y fuera de lugar que le hacía sentir su
atuendo.
Y, otra cuestión:
– ¿Debería
ir hasta el cementerio caminando, pensativo y cabizbajo, o bien llegar hasta
allí con el coche, aparcar junto a la puerta, buscar la tumba y largarme cuanto
antes? – Todo
ello meras cuestiones circunstanciales, simples
escusas para evitar el asunto principal.
La
actitud distante del alcalde pedáneo cuando le entregó las llaves de la verja
del cementerio le ayudaron a decidirse. Era un hombre joven, que ni siquiera
vivía en el pueblo y que le dio el
pésame sin realizar el mínimo esfuerzo por aportar un poco de calidez humana a
tan sencillo acto.
– Siento lo de tu padre – dijo en un tono tan
gélido que ya era en sí mismo una contradicción.
– No
tardaré mucho, lo imprescindible para echar un responso.
El Coto Privado tiene ya un largo recorrido,
han sido muy numerosas las presentaciones en librerías y eventos culturales, y
las ferias a las que he concurrido por media España con el libro bajo el brazo.
El resultado −igual que
con mis otras novelas−, la satisfacción de contar con un buen número de
lectores, creo que la mayoría complacidos, que en alguna ocasión me han
abrumado con sus elogios o han compartido amablemente conmigo sus críticas. Pero,
por encima de todo, la agradable sensación de que el esfuerzo de escribir este
libro ha valido la pena.
Comentarios
Publicar un comentario